lunes, 23 de febrero de 2015

Reggae desde las raíces de Turbo

A John Jairo La Turbina Tréllez lo recordamos por su aporte al título de Nacional en la Libertadores de 1989, por su paso fugaz por clubes como Zürich, Boca Juniors y Palmeiras, y por sus destacadas actuaciones en las selecciones de Colombia de menores. También lo recordamos por su particular melena rastafari. Ese peculiar peinado que lo acompañó durante sus últimos años como profesional, hasta que decidió colgar los guayos en el Bajo Cauca F.C., y que aún lleva encima, tiene una historia detrás. Su look no fue una simple copia criolla de los dreadlocks de Ruud Gullit o de Edgar Davids. Aunque muchos no lo saben, Jota Jota Tréllez ha sido uno de los papás de la movida de la música reggae en el Urabá antioqueño.


Por estos días es muy difícil que un jugador celebre un gol haciendo alusión a la música reggae. Por eso debo reconocer que después de la sobredosis de salsa choque que vivimos durante la época mundialista me costaba lograr asociar a un futbolista colombiano con cualquier otro ritmo musical. Pero la casa en la que hoy vive Tréllez resultó ser una fina estampa de lo que podría ser cualquier bar de reggae caribeño: tiene una vista envidiable frente a la playa de Turbo, está decorada con los colores de la bandera etíope (verde, amarillo y rojo) y en sus paredes están impresas las letras de las canciones de Bob Marley y una pintura del exgoleador de Nacional en el estadio Atanasio Girardot.

Cuando el mototaxista que me llevó hasta allí se refirió al lugar como el bar de Tréllez, pensé que era un señor de apellido Tréllez cualquiera. Alguien conocido en Turbo por ser el dueño del único bar en la playa que abre hasta los lunes, día en el que lo conocí. Sólo fue cuando vi al exjugador parado frente a un computador poniendo canciones del cantante sudafricano Lucky Dube que me di cuenta del porqué este lugar era tan famoso en Turbo.
Después de contarme algunas de las historias de sus inicios en el fútbol, por fin me habló del momento en el que se había enganchado con los sonidos jamaiquinos, una relación que nació casi al mismo tiempo que descubrió su talento para el fútbol. Me contó que a finales de la década del 70, cuando él tan sólo tenía 10 años, los LP de reggae empezaron a llegar al puerto de Turbo a bordo de los buques de carga. Por esa época Bob Marley and the Wailers habían recibido el empujón necesario para llevar su música por el mundo cuando Eric Clapton versionó la canción I Shot the Sheriff. Tréllez tenía amigos cuya vida transcurría en las embarcaciones y siempre llegaban cargados de discos que le grababan en casetes. Bob y Jimmy Cliff fueron sus primeras adquisiciones. Cuenta que en esa época el estigma hacia la gente que escuchaba está música era muy fuerte: “Decían que uno era marihuanero o que andaba en malos pasos. Cuando tenía doce años ya empecé a jugar con Nacional y me fui a vivir a Medellín. Como empecé a ganar mi plata, ya me compraba y escuchaba la música que yo quería”.
Su gusto por la música siempre estuvo acompañado por una estética particular. Sus peinados, siempre influenciados por la cultura afrocaribeña, le trajeron problemas con algunos entrenadores, pero dice que siempre les contestó lo mismo: “Si a mí me van a juzgar, que me juzguen por como juego, no por como me veo. El día que no haga goles, pues me sacan”.
En su época como juvenil su pelo iba hacia arriba, pero fue cuando jugó en el Zürich de Suiza que decidió raparse para dejar crecer sus dreads naturales. “Allá aprendí inglés y empecé a prestar atención a las letras de las canciones. Me di cuenta de que la música no era mala y que por el contrario traía buenos mensajes; esa era mi inspiración para jugar. Un día me dio la loquera, me rapé y me empecé a hacer mis dreads, que siempre había querido”.
Durante ese mismo viaje a Europa empezó a gestarse la idea de Roots Bar. Fue gracias a la exitosa novela Roots, de Alex Haley (que en Colombia tuvo una versión para televisión que se llamó Kunta Kinte). “Después de que este hombre (Haley) cuenta la historia del recorrido que hizo para encontrar sus raíces en África y de cómo los negros llegaron a América, siempre tuve la idea de poner un sitio que se llamara así, Raíces, porque esa también es nuestra historia”.
En un momento de receso futbolístico en Medellín, Tréllez montó el primer Roots Bar en una casa abandonada del barrio El Poblado. En ese entonces era algo más rústico. Cuando regresaba a su ciudad natal llevaba más música, pero no tenía dónde escucharla con sus amigos, ni dónde amanecer de fiesta. Así que decidió construir el bar en un lote que había comprado frente a la playa de Turbo. Lo que empezó siendo su casa y el lugar de reunión para él y sus amigos pasó a tener restaurante, bar, cancha de fútbol, salón de eventos, escenario musical y cabañas para turistas. Como la acogida fue tanta, tuvieron que botarle piedras a la paya para agrandarla y poner una carpa para que la gente tomara junto al mar.
En una ocasión un amigo le pidió ayuda para montar una radio en Chigorodó. Él le ayudó con las cuestiones técnicas, le sugirió el nombre Banana Estéreo, le mandó unas canciones de reggae y hoy ya llevan diez años al aire. Le pregunté por el reggae local y me dijo que en Turbo “les gusta más el golpe, el dancehall, la música que hacen en Panamá. Pero allá en Chigorodó, como todavía suena la franja de reggae en Banana Estéreo, a los jóvenes les ha gustado Lucky Dube, El Rookie, Gondwana, Cultura Profética y, por supuesto, Bob Marley. Ahora tienen sus bandas y a veces vienen a tocar”.
La tarima de Roots Bar no sólo ha recibido jóvenes artistas. Por allí han pasado también músicos reconocidos como los panameños Kafu Banton y Aldo Ranks. Dice que siempre que tienen una presentación cerca pasan a visitarlo. “Es una parada obligatoria para los músicos de reggae y dancehall, que cuando pasan por acá siempre quieren volver”. Y al parecer esto no sólo les pasa a los músicos: cuando me fui, al otro día también quería volver.
Este lugar está abierto al público todos los días. Tréllez, además de ser su dueño y administrador, a veces se viste de DJ. La temporada recomendada del anfitrión es cuando hay luna llena: dice que amanecer y ver el sol saliendo a un lado y la luna ocultándose al otro es una de las mejores experiencias.
Fuente: El Espectador


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